Por mis hijos.
Por mis nietos.
Que si se pierden,
los busques.
BIENVENIDO A ESTE MUNDO
ASÍ ESTÁ EL MUNDO
Miro, a mis pies, los centelleos grises de Bouville. Con el sol, uno diría que son pedazos de cáscaras, escamas, esquirlas de hueso, guijas. Escondidos en esos escombros, minúsculos cascos de vidrio o de mica emiten de vez en cuando destellos débiles. Los regueros, las zanjas, los estrechos surcos que corren por entre las cáscaras, dentro de una hora serán calles; yo pasaré por esas calles, por entre esos muros. Esos monigotillos negros que entreveo en la calle Boulivet… dentro de una hora, yo seré uno de ellos.Desde lo alto de esta colina, me siento uno de ellos. Pero me parece que yo pertenezco a otra especie. Acabado el trabajo, salen de las oficinas, miran las casas y las plazoletas con aire satisfecho, piensan que están en "su ciudad", una "bonita ciudad burguesa". No tienen miedo, saben que están en casa. Nunca han visto más que el agua domesticada que sale del grifo, la luz que echan las bombillas cuando le dan a la llave, los árboles mestizos, bastardos, que se sostienen con guías. Tienen comprobado, cien veces al día, que todo marcha mecánicamente, que el mundo obedece a leyes fijas e inmutables. Los cuerpos sueltos en el vacío caen a la misma velocidad, el parque cierra todos los días a las dieciséis horas en invierno, a las dieciocho en verano, el plomo funde a 335°, el último tranvía sale del ayuntamiento a las veintitrés horas cinco minutos. Es gente tranquila, un poco taciturna, que piensa en Mañana, es decir, simplemente en otro hoy; estas ciudades no tienen más que un solo día que se repite cada mañana. A penas lo emperejilan un poco los domingos. ¡Imbéciles! Me da asco pensar que voy a volver a ver esas caras espesas y tranquilas. Hacen leyes, escriben novelas populacheras, se casan, cometen la suprema estupidez de tener hijos (Jean-Paul Sartre: "La Nausée").
EN LA PUERTA
Y nosotros, ¿por qué le hemos pedido a la Iglesia que bautice a este niño? ¿Por si acaso? ¿Porque somos personas decentes? ¿Para que la criatura sea "como todo el mundo"?
¿O es porque de verdad creemos que "algo tendrá el agua, cuando la bendicen"? ¿Que hay otra luz que no es la que echan las bombillas? ¿Que hay otra vida que no necesita guías para sostenerse?
Y además, ¿para qué hemos tenido un hijo? ¿Para que vegete lo que le queda de vida? ¿Para que se pase la vida pensando tristemente en el "mañana", en ese "mañana" que no será más que otro "hoy" que se repite cada día igual?
¿O será porque en el fondo creemos que hay un camino de vida, siempre nuevo y sorprendente, siempre distinto, abierto a la Eternidad, que este niño podrá seguir si sabemos decirle dónde está? Porque si no hay Vida Eterna, entonces, ¿para qué lo hemos traído al mundo? ¿En nombre de qué felicidad, si no es eterna e infinita?
Si le hemos pedido a la Iglesia de Dios el bautismo para este niño, debe ser porque sabemos, o por lo menos porque sospechamos que hay un misterio en el agua, que hay un misterio en la luz, que hay un misterio en la vida que nos salva de ahogarnos en la insignificancia y en la tristeza del mundo: que hay otra senda que se sale de los trayectos trillados que no llevan a ninguna parte.
A la puerta de la iglesia hemos pedido el bautismo para nuestro hijo.
Y la Iglesia le ha abierto una puerta que lleva a la verdad, a la luz y a la felicidad. Pero tendremos que pasar por esa puerta delante de él y con él: tendremos que enseñarle por dónde se va, si no queremos que se pase la vida solo, descaminado y sin meta, dando vueltas sobre sí mismo y alrededor de sus problemas.
CRUZ Y CRUCES
Le hemos hecho el signo de la cruz. Ahora tendremos que enseñarle que sus más humillantes fracasos, sus más atroces sufrimientos, tienen ya sentido. Que nunca se sufre porque sí, aunque nunca se sepa por qué se sufre.
La Iglesia, que guarda en su corazón las huellas, la palabra y la presencia de Jesús, sabe que Él venció el fracaso, el dolor, la agonía y la muerte. Tendremos que recordarle, cuando tenga edad y urgencia de comprender, que los dolores serán para él vigilias de victoria. Difícil va a ser convencerlo, si a nosotros no nos ha convencido Dios.
Si no nos cree, a lo mejor es que todo eso tampoco nos lo creemos nosotros: a lo mejor es que lo hemos traído aquí a la iglesia de mentira, aprovechando que, tan chiquito como es, no se puede defender. Quiera Dios que la mentira del mundo no haga de esta criatura otro payaso que se crea que puede engañar a Dios, como antes hemos intentado engañarlo nosotros y ahora estamos engañando al niño.
Si este niño no encuentra a nadie que sea para él Iglesia, si no encuentra indicios que le hagan empezar a sospechar que pocas cosas se explican, pero que todo tiene un por qué y un para qué en el corazón de Dios; a sospechar la presencia de Jesús en los momentos de horror, entonces quizá se pregunte un día, y quizá nos pregunte a nosotros, que para qué lo trajimos al mundo, que para qué hemos fabricado otro desgraciado, otro hastiado, otro enfermo, y al final, otro cadáver. Quiera Dios que este bautizo no sea una payasada.
LOS QUE YA VEN
Hemos invocado a los que ya ven, a los santos, nuestros padres en la fe. Porque la Iglesia toda ha recibido a este niño: no sólo la Iglesia que, como nosotros, sigue las huellas de Jesús, intentando descubrirlo, sino también la que ya lo ha encontrado, la que ha entrado en el Misterio, la Iglesia de los que, porque están ya con Él, con el Padre y con el Espíritu, están más cerca de nosotros que nosotros mismos. Aunque se traicione a este pequeño, aunque lo traicionemos, aunque se traicione él mismo, ellos siempre velarán por él.
El sacerdote ha rezado para que este niño se desintoxique del pecado original: de esa adicción a la insignificancia, al egoísmo, a la mentira y al crimen con la que nacemos ya drogados por una humanidad criminal;
…de esa estupidez congenital con que se le vuelve la espalda a Dios para adorar ídolos sedientos de sangre: dinero, poder y sensualidad;
…de esos instintos de muerte que nos llevan a edificar infiernos para nosotros y para los demás en esta tierra que debería ser un paraíso. Y quiera Dios que no los eternicemos después, por haber perdido para siempre el sentido de la belleza, del bien y de la verdad.
El sacerdote le ha impuesto las manos, como signo de la protección y amistad de todos los que Jesús ha salvado de ellos mismos y de Satán, y que están trabajando por construir los caminos del mundo que llevan a Dios.
EL AGUA Y LAS AGUAS
Este líquido es agua.
Cuando está pura
es inodora, insípida e incolora.
Reducida a vapor,
bajo tensión y a alta temperatura,
mueve los émbolos de las máquinas que,
[
por eso,
se denominan máquinas de vapor.
Es buen disolvente.
Aunque con excepciones pero de un modo
[
general,
disuelve todo bien, ácidos bases y sales.
Congela a cero grados centesimales
y hierve a 100, cuando la presión es normal.
Fue en este líquido donde en una noche
[
cálida de verano,
apareció flotando el cadáver de Ofelia
bajo una luna gomosa y blanca de camelia
con un nenúfar en la mano.
(Antônio Gedeão)
Nos hemos acercado, con el niño, a la pila del bautismo.
"Dios ha querido servirse del agua para darles la vida a los que creen en Él".
Los que creen en Dios tienen la suerte de ver que el mundo tiene sentido, y en qué sentido va el mundo.
El agua es el elemento en el que surge la vida. Pero la vida es más, y es otra cosa que una reacción química en cadena. Los que no creen en Dios, los que no se fían de Él, van tirando: los unos, como pueden; los otros, como los dejan. Al que cree, al que se fía de Él, Dios le da la alegría de vivir en Él, con Él y para Él, por los siglos de los siglos.
De eso y de muchas otras cosas, ya se irá dando cuenta este niño, por experiencia propia, a medida que vaya creciendo en la oración.
El agua es el medio interno del hombre. Y fue también el medio interno del cuerpo de Dios hecho hombre, el agua que surgió de su costado atravesado por la lanza, y que liberó el Espíritu.
El agua es el elemento que lava las impurezas. Y fue también el agua del Jordán que le dio al Señor el sentido de su misión.
Las aguas son el horror del Diluvio, las aguas negras del abismo que ahoga, del vacío que engulle la vida y las ganas de vivir.
Pero el Espíritu de Dios, que sopla sobre las aguas del abismo, trinfa sobre el caos y el vacío. Y Jesús triunfa de la muerte resucitando.
La Iglesia nos pide que le enseñemos a este niño que se va a sumergir en las aguas, que en las aguas han quedado, para quien haya aprendido a verlas, las primeras huellas que Jesús ha dejado en la tierra.
Tenemos que enseñarle a aguzar la vista del alma para que aprenda a ver esas cosas que dan vida, y que los que están muertos en vida no han visto nunca y quizás nunca verán.
Por eso la Iglesia nos ha pedido que nos neguemos a ser muertos en vida, que renunciemos a los pequeños embustes y a la gran mentira. Que renunciemos a Satán, a sus pompas y a sus obras.
FIARSE Y CONFIAR
¿Es verdad que tenemos abiertos los ojos del alma? ¿Será verdad que los mantendremos abiertos para ayudar a nuestros hijos a que los abran? Porque es muy difícil ver con el corazón.
¿Hemos empezado a columbrar en el cielo y en la tierra las huellas del Padre que nos ha hecho padres?
¿Hemos empezado a darnos cuenta de que Jesús no fue otro pobre loco que se creyó que era Dios? Porque si Jesús no es Dios, si sus discípulos nos han engañado, entonces ¿adónde iremos? ¿A qué Ídolo vamos a sacrificar? ¿A la Clase Obrera? ¿A la Nación? ¿Al Libre Mercado? ¿A Mi Yo Profundo? ¿Y a cuánta gente tendremos que matar, y cuánta gente tendremos que dejar que se muera?
¿Creemos que María no engañó nunca a nadie, y menos a su marido?
¿Hemos empezado a no creernos que el Señor del Mundo es el millonario o el poderoso? ¿A creer en ese Jesús de Nazaret a quien torturaron, mataron y enterraron?
Tres días después, el sepulcro estaba vacío. Se dio como versión oficial que sus discípulos habían robado el cadáver. Los discípulos decían que se había levantado y que estaba vivo. ¿De quién nos vamos a fiar? ¿De las autoridades de Jerusalén o de los discípulos de Jesús?
Este niño, ¿nos verá sonreír con la gracia de Dios y la alegría del Espíritu, o nos verá siempre tristes porque no tenemos dinero, ni tiempo, ni cariño? ¿Nos verá vivir con humor y humildad, o tiesos como el que se tragó el bastón… de mando? Y cuando demos nuestra opinión sobre lo que pasa en el mundo, ¿nos iluminará el Espíritu de Dios para que juzguemos con los criterios de Jesús?
¿Hemos empezado ya a darnos cuenta de lo que hay detrás de la puerta de la Iglesia? ¿Hemos empezado a entender que la Iglesia guarda y transmite el testimonio de la Palabra de Dios, del Cuerpo y de la Sangre del Señor y del camino único de la vida?
¿Hemos empezado a descubrir la presencia de nuestros padres en la fe? ¿Sabemos reconocer a quienes conocen a Dios por experiencia de oración y de entrega al prójimo?
¿Hemos reconocido la mano de Dios cuando nos ha sacado del hoyo? ¿Creemos que es posible que Dios haga santo a un sinvergüenza, porque perdona los pecados de los que quieren de verdad?
¿Vamos a poderle explicar a este niño lo que es la resurrección de la carne? ¿Estará convencido cuando sea grande de que la alegría de vivir de los pequeños -también de los animales- no es un engaño? ¿Que hay una vida antes de la muerte, porque hay una vida ahora, siempre y por los siglos de los siglos? ¿Que no ha nacido condenado a muerte, sino invitado a disfrutar de la vida de Dios? ¿Que no lo hemos engañado trayéndolo a esta tierra? ¿Que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos?
BAUTISMO
Porque la Iglesia cree en sus padres, porque cree en nosotros, porque cree que guardaremos en el corazón lo que hemos visto, lo que hemos empezado a ver y lo que seguiremos viendo, el sacerdote ha sumergido simbólicamente tres veces al niño en estas aguas que son abismo de muerte, y lo ha sacado sano y salvo
en el Nombre del Padre
y del Hijo
y del Espíritu Santo.¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4).
UNCIÓN
El aceite sustenta, cura y fortalece. El perfume embellece y embalsama. Con una mezcla de aceite y de perfume, la Iglesia ha ungido a este niño para que sea sacerdote, profeta y rey. Porque desde ahora es miembro del Cuerpo de Cristo, el Ungido como sumo y definitivo Sacerdote, el más grande de los Profetas, y el único Señor del mundo.
Como miembro de la Iglesia, este niño es sacerdote, intermediario entre los hombres que quieren poder esperar, y el Padre que los espera.
Como miembro de la Iglesia, este niño es rey, llamado a dominar las fuerzas del mal, a conquistar la vida y a perderla si es necesario para que otros vivan.
Este niño debe, como Jesús, pasar por el mundo haciendo el bien. Por eso lo han vestido de blanco, en signo de rectitud, de lealtad y de alegría.
Así será vigía de la aurora, el que vela mientras otros duermen, el que espera el resplandor de la Luz, la llegada del Cristo en su gloria. Por eso nos han puesto en la mano estos cirios encendidos en el cirio pascual, testigo de la Resurrección del Señor. Ojalá recuerde, cuando ataquen la tinieblas, lo que vio en momentos de lucidez: que la guerra contra la injusticia y el dolor la ganará el Padre, no con ejércitos ni por la fuerza, sino con su Espíritu. Y que el deber del centinela es no dormirse.
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues tú irás delante del Señor para preparar sus caminos (Lc 1,76).
EL MUNDO ES ANSÍ
…El mundo, algunos días, nos parece una cosa horrible: inmenso, ciego, brutal. Nos zarandea, nos arrastra, nos mata. Sin cuidado. Heroicamente, hay que decirlo, el Hombre ha conseguido crear, en medio de la aguas frías y negras, una zona habitable, donde casi hay algo de claridad y un poco de calor; donde las personas tienen cara para mirar, manos para suavizar, corazón para querer. Pero ¡qué precaria es esta morada! A cada instante, por cada rendija, irrumpe la gran Cosa horrible, esa que está siempre ahí, separada de nosotros por un simple tabique, aunque hagamos todo lo posible para no darnos cuenta: fuego, peste, tormenta, terremoto, fuerzas morales oscuras desencadenadas, arrancan en un instante, sin consideración, lo que habíamos construido con tanto trabajo y adornado con toda nuestra inteligencia y con todo nuestro corazón.
Dios mío, ya que mi dignidad humana me prohibe que cierre los ojos ante todo eso, como los animales y los niños; y para que no caiga en la tentación de maldecir al universo y a quien lo hizo, haced que lo adore, viéndoos escondido en él. La gran Palabra libertadora, Señor, la palabra que nos libera y al mismo tiempo nos labra, repetídmela, Señor: "Hoc est corpus meum". En verdad, la Cosa enorme y sombría, el fantasma, la tormenta, con tal que queramos, sois Vos. "Ego sum, nolite timere". Todo eso que nos horroriza en nuestras vidas, todo eso que a Vos mismo os consternó en el Huerto, son sólo, en el fondo, las Especies o Apariencias, la materia de un mismo Sacramento.
Sólo hay que creer. Creer más y más desesperadamente, ya que la Realidad parece cada vez más amenazadora e irreductible. Y entonces, poco a poco, veremos que se sosiega, después que nos sonríe, y al final que nos toma en sus brazos más que humanos el universal Horror.
No; no es el rígido determinismo de la Materia y de las grandes cifras: son las flexibles ombinaciones del Espíritu las que dan su consistencia al universo. El inmenso azar y la inmensa ceguera del mundo no son más que una ilusión para aquel que cree. "Fides, substantia rerum"
(Pierre Teilhard de Chardin: "Le milieu divin").