viernes, 6 de mayo de 2011

La Amenaza Sin Sentido de la Violencia

basado y 'globalizado' en "La Amenaza Sin Sentido de la Violencia" de Robert F. Kennedy, dado en el City Club de Cleveland, Abril 5, 1968, un día después de que mataran a Martin Luther King...


Este es un tiempo de pena y dolor. No es un día para politizar. He guardado esta oportunidad, para hablarles brevemente sobre la amenaza sin sentido de la violencia en el Mundo, que de nuevo mancha nuestra tierra y cada una de nuestras vidas.

No es un asunto de una sola raza. Las víctimas de la violencia son negros y blancos, ricos y pobres, jóvenes y ancianos, famosos y desconocidos. Y son, más importante que nada, seres humanos que son amados y necesitados por otros seres humanos. Nadie - no importa donde viva o a qué se dedique - puede estar seguro sobre quiénes sufrirán a raíz de algún insensato derramamiento de sangre. Y sin embargo sigue y sigue y sigue sucediendo en este nuestro mundo.

¿Por qué? ¿Qué ha conseguido la violencia? ¿Qué es lo que ha creado alguna vez? Ninguna causa de algún mártir ha podido ser callada por la bala de un asesino. Ningún mal ha podido ser corregido por disturbios y desórdenes civiles. Un francotirador es sólo un cobarde, no un héroe; y una multitud incontrolada, incontrolable, sólo es la voz de la locura, no la voz de la razón.

Cuandoquiera la vida de un Ser Humano ha sido tomada por otro Ser Humano innecesariamente - ya sea en el nombre de la ley o en desafío a la ley, por un hombre o una banda, a sangre fría o pasionalmente, en un ataque de violencia o en respuesta a la violencia - cuandoquiera nosotros rasgamos la vida de otro hombre que dolorosa y lentamente ha tejido para sí mismo y sus hijos, toda la humanidad es degradada.

"Entre hombres libres", decía Abraham Lincoln, "no puede haber reclamo exitoso desde la urna hacia la bala; y aquellos que toman tal reclamo pueden estar seguros que perderán su causa y pagarán su costo." Sin embargo, parece que nosotros toleramos este nivel ascendente de violencia que ignora tanto nuestra humanidad común y nuestras aspiraciones a una civilización. Calmadamente aceptamos las noticias en periódicos sobre la matanza de civiles en regiones lejanas. Glorificamos las muertes en películas y televisores y les llamamos entretenimiento. Hacemos fácil a las personas con todo un rango de cordura que adquieran las armas y municiones que deseen. Muy seguido honramos el pavoneo, el fanfarroneo y a los portadores de la fuerza; muy seguido disculpamos a aquellos que están dispuestos a construir sus propias vidas a costa de los sueños rotos de otros.


Algunos Seres Humanos que predican la no-violencia en el extranjero fallan en practicarla en su propia casa. Algunos que acusan a otros de promover disturbios han por su propia conducta invitado a que surjan. Algunos buscan chivos expiatorios, otros buscan conspiraciones, pero lo que está claro es: la violencia engendra violencia, la represión lleva a la venganza, y sólo una limpieza de nuestra sociedad entera puede remover la enfermedad de nuestra alma.

Pues hay otro tipo de violencia, más lenta pero igual de mortalmente destructiva que el disparo o la bomba en la noche. Esta es la violencia de las instituciones; indiferencia e inacción y la lenta decadencia. Esta es la violencia que aflige a los pobres, que envenena las relaciones entre los hombres porque su piel tiene colores diferentes. Es la lenta destrucción de un niño a causa del hambre, y las escuelas sin libros y los hogares sin calefacción en el invierno. Es la ruptura del espíritu de un hombre por negarle la oportunidad de pararse como un padre y como un hombre frente a otros hombres. Y esto también nos aflige a todos.

No vine aquí a proponer un conjunto de remedios específicos y tampoco hay un solo conjunto de ellos. Para un delineamiento general y amplio nosotros sabemos lo que debe hacerse. Cuando enseñas a un hombre a odiar y temer a su hermano, cuando enseñas que es un ser inferior debido a su color o sus creencias o el partido que siga, cuando enseñas que aquellos que difieren de ti amenazan tu libertad o tu trabajo o tu familia, entonces también aprendes a confrontar a los otros no como conciudadanos sino como enemigos, no para ser enfrentados con cooperación sino con conquista; a ser subyugados y amaestrados. Aprendemos, al final, a ver a nuestros hermanos como extraños, hombres con quienes compartimos una ciudad, pero no una comunidad; hombres atados a nosotros en un hábitat común, pero no en un esfuerzo común. Aprendemos solamente a compartir un miedo común, sólo un deseo común a retirarse unos de otros, sólo un impulso común de afrontar el desacuerdo con la fuerza. Para todo esto, no hay respuestas finales.

Sin embargo, sabemos lo que debemos hacer. Y es conseguir la justicia verdadera entre nuestros conciudadanos. La cuestión no es qué programas debemos buscar que se promulguen. La cuestión es si podemos encontrar en nuestro propio medio y en nuestros propios corazones esa guía de propósito humano que reconozca las terribles verdades de nuestra existencia. Debemos admitir la vanidad de nuestras falsas distinciones entre los hombres y aprender a encontrar nuestro propio progreso en la búsqueda del progreso de los demás. Debemos admitir en nosotros mismos que el futuro de nuestros propios hijos no puede ser construido sobre las desgracias de los otros. Debemos reconocer que esta corta vida no puede ser ni ennoblecida ni enriquecida por el odio o la venganza. Nuestras vidas en este planeta son tan cortas y el trabajo por hacer es tan grande para permitir que este espíritu siga aflorando en nuestra tierra.

Por supuesto que no podemos eliminarlo con un programa, ni con una resolución. Pero quizá podamos recordar, si acaso por un tiempo, que aquellos que viven con nosotros son nuestros hermanos, que comparten con nosotros el mismo corto momento de vida; que buscan, como nosotros, nada más que la oportunidad de vivir sus vidas con un propósito y con felicidad, obteniendo cuanta satisfacción y plenitud puedan. Seguramente, este lazo de fe común, este lazo de objetivo común, puede comenzar por enseñarnos algo. Seguramente, podemos aprender, al menos, a ver a aquellos a nuestro alrededor como compañeros, y seguramente podemos comenzar a trabajar un poco más duro para curar las heridas entre nosotros y convertirnos en nuestros propios corazones en hermanos y compatriotas de nuevo.